5.17.2014

Celebración.

Hay un cuchillo entrando en el cuerpo, la sangre brota para recordar quién está muerto, quién ha muerto en todo este tiempo. Hay una ciudad sin calles, ahogada en el silencio; hay una ciudad lamentando al niño, muriendo en las manos encallecidas de un viejo. La tormenta rompe por nosotros, la intersección de las carreteras esconde un atropello un golpe un giro inesperado en el que poder celebrar el choque. La intersección de las carreteras nos ofrece el laberinto y nos protege del precipicio, nos aleja de los bordes. Hay una bala surcando el cielo y la recoge la frente de un joven, y la sangre brota y pregunta con la boca a mamá cómo se llora cuando mueren los demás, cuando la muerte llega y nos escupe en rojo y negro el secreto, la verdad de una ciudad que aprendió a ser nuestro hogar. Hay un joven preguntando a mamá ¿por qué siempre un hogar? La lluvia ha caído despacio, siempre cae despacio para alumbrar la oscuridad, las manos olvidan de nuevo el discurrir del viento, caminan lento, buscando la caída, para que prorrumpa el canto. Hay un cuchillo entrando en el sueño, la sangre brota para despedir a la muerte, para festejar el lamento; hay un joven preguntando a mamá ¿por qué siempre escapar?; hay un anciano celebrando con las manos las ruinas del hogar.


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Suena:

  

10.09.2012

Rùtas. Limpias.

Mírame aquí arriba. ¿Puedes ver mis pies desnudos, sin sangre en la piel? Se han caído los relojes de la ciudad, y hay lágrimas en habitaciones que ya no quiero visitar. A penas miro ya mis manos al despertar, y el espejo rompió su estúpido, su melancólico juramento. Ahora miro mis pies, sorprendidos de caminar, de caminar en la suavidad de una tierra que jamás supo de fertilidad, y ahora… He querido hablar con los niños, como siempre, quiero hablar con los críos y decirles que lo he conseguido, que tengo de nuevo aire y no gas, quiero hablarles de las manos que ya no pesan, del mar acariciando la vida, la vida de nuevo, quiero hablarles y que sonrían; sólo los niños podrían entenderlo. Quiero hablar con los restos de nostalgia que esparcí aquellos años por la pared. Quiero hablarles de las nubes que pasan y no se van. Quiero hablarles de sus ojos sonriendo, de su mano deslizando la calma en mis labios. Quiero contarles cómo duerme, cómo sueña, cómo vive. Quiero hablarles de la alegría de su respiración, del universo de su cabeza llena de estrellas que descubrir. Estoy escarbando en la tierra, recogiéndola, para dársela, porque es suya. Estoy robando el rocío de las mañanas que ya no duelen, para derramarlo en sus pestañas, en sus mejillas, para que ya jamás tenga que llorar. He apagado la luz roja, he pasado el trapo por el gris, he roto los manillares, he quitado las puertas, porque ya no tengo miedo de entrar, estoy dentro y no hay nada que esconder, nada que encerrar, es tan acogedor. Ahora lo que hago por las mañanas es respirar. Mírame. Estoy respirando, recogiendo todo el aire, para devolverlo a tus pulmones, para no morirnos nunca. 

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8.21.2012

Estamos.

Me has dejado entrar en tu piel. Estoy acercando el oído al leve discurrir de la vida reptando por tu tiempo. Estoy escuchando a la vida. Me has dejado entrar en tus ojos, y veo el mundo de niños inocentes llorando a los pies de un océano y veo el mundo de hombres y mujeres matándose en silencio con los cajones abiertos, me has dejado entrar en tus ojos y veo el mundo y ya no duele tanto, y ya no duele, y lo estamos resucitando. El mundo sigue herido pero ahora baila en tus ojos, y estoy aprendiendo a bailar, en las cornisas seguras de tus pestañas. Estoy aprendiendo a respirar, a no necesitar armas cuando no hay nadie, en la oscuridad. Me has dejado entrar en tu luz y no ciega, alumbra, calienta, como en un invierno acogedor, de esos en los que se puede dormir aunque la puerta no esté abierta. Beso el agua de tus ojos, y entonces me sumerjo en el mar salado en el que jamás nos podríamos ahogar; besas el agua de mis ojos, y derramo mi nueva vida en tus pies lindos, bellos, que caminan sin miedo, enseñándome a hacerlo, sin miedo, que me caminan, a los que sigo y no me pierdo. Estoy despierto, contemplando las montañas, sonriendo al conocer tu infancia, estoy despierto y las montañas son montañas y el mar está en tus piernas, en cualquier parte de ti donde lo quiera encontrar. Me has dejado entrar, y ahora entiendo lo que nadie me supo explicar, y ahora escucho el tintineo de platos y cubiertos que ya no tengo miedo de romper, de hacer caer; me has dejado entrar, estamos, dentro, y hablo con la vida cuando te observo durmiendo; hablo con la vida y sonrío y la entiendo, cuando te veo, viviendo. Estamos resucitando al mundo, y los niños lloran menos cuando tú los llamas, cuando tú los miras, y los hombres y mujeres se sacan levemente los cuchillos, cuando contemplan nuestras manos. El mundo sigue llorando, desconsolado, pero lo estamos resucitando. Y estamos viviendo, estamos viviéndonos, y hemos matado al tiempo y ahora el mundo es nuestro.  

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RúSè.

7.15.2012

Rù.

Te he visto en el mar, en la carretera. Le has robado a alguien la ciudad. Te veo en cada rincón que antes sólo era un pedazo, un trozo de algo roto. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Estoy abriendo mis manos, tú puedes ver mis manos, estoy abriendo mis dedos, y respiro tras el letargo, y no te pierdo, no me pierdo. Estoy mirando tus ojos, has robado el tiempo, me lo estás dando, ahora es nuestro. ¿Y la sangre de las paredes? Has barrido con tu respiración todos los cristales. Te veo colgando de cada lugar que antes no era nada, que antes no era un lugar. Hicimos del asfalto, tierra fértil; mira cómo crecemos. Escuchaste mi silencio, nos vi sumergirnos, mira cómo podemos nadar. Lloviste agua limpia sobre el 27, noche limpia, le robaste el 27 a la tristeza. Ahora tienes el oxígeno en las pupilas, y puedo respirar. He saltado sin apenas vértigo a tu universo, y aquí no hay gravedad. Estamos caminando por los días, estoy escribiendo en tus días, estás dibujando (en) los míos. No te he manchado las manos, porque me las has limpiado. Estamos respirando la vida. Le has robado la vida a la muerte, a la rutina, a la agonía. Y ahora contemplo tu vida viviendo. Respiramos la vida, y no te pierdo y no me pierdo.


Sè.

6.05.2012

29.12

¿Qué hacías ahí arriba? ¿Qué podías ver desde arriba? Tenías inviernos en las manos, te llené las manos de inviernos. Y a veces te reías de ellos. Creías que te arañaba con los ojos, creías tantas cosas. En realidad nunca nos creímos nada. ¿Cómo podía yo arañarte? Sólo alargaba mis ojos para contarte que seguíamos ahí y que seguiríamos ahí y que yo no y que tú otra vez y que la gente de alrededor y que anoche cuando lloré y que si pudiera coger el mundo en mis manos y que esa era mi adolescencia y que quizá mañana y que quizá dentro de un año, quizá salvarnos, alguna vez, salvarnos, en vez de morir tanto juntos, siempre morir a esa edad en la que todos te hablan de crecer y de una vida que se parece a una cubertería oxidada. ¿Qué haces ahora cuando caminas por la ciudad? Ahora (en realidad hace tanto ya) que no puedo arañarte con ojos que sólo buscan perder las uñas. Qué has hecho todo este tiempo, cuando ya por las mañanas no estaba, no estábamos, ni todos los silencios rodeándonos, tirándonos del pelo, robándonos la vida, la pequeña vida, la vida, que no era como una cubertería oxidada, sino más bien como aquellas casas viejas, abandonadas, en las que tanta gente vivió tanta gente se quiso en las que tanta gente murió. Qué haces ahora, qué has escrito en todo este tiempo. Ahora que ya no somos adolescentes, pero nos llaman jóvenes, nos lo llaman con labios de viejos cansados viejos que no son sabios viejos que no son viejos que sencillamente están oxidados. Qué haces ahora, mientras yo escribo en la pared que nunca has visto, mientras yo descascarillo la pared, mientras escribo en la pared si aún tienes esos ojos de niña asustada, asustada de que algo le robe la alegría, las respuestas que ella misma ha inventado, descascarillo la pared mientras pienso qué es lo que guardas en tus recuerdos. ¿Qué podías ver con tus ojos que sólo eran manos hablando de la vida suplicando la vida a veces asustadas de la vida? ¿Qué escribiste aquellas veces, qué escribiste en aquellas muertes, muertes de niños y de adolescentes que no saben manejar el amor los cariños y todas esas cosas que el resto fingen que el resto esconden que el resto deforman que el resto matan para poder sobrevivir a ellas? Qué escribiste aquellas veces que nos despedíamos de nuevo, a veces sin despedirnos, como dos críos con zapatos viejos. Que nos despedíamos de nuevo para vernos al día siguiente al amanecer y otra vez tú creyendo que araño con los ojos y otra vez yo diciendo todas esas cosas que uno no dice y entonces usa los ojos. Qué hemos hecho en todo este tiempo. Ahora que levemente efímeramente volvemos a mirarnos sin vernos, y nos hablamos de los sueños, y te hablo del de la pasada madrugada, y tú hablas de que quizá a la vez que el tuyo, que quizá uno era la consecución del otro. Te escribo porque ni siquiera lo leerás, porque ellos tampoco lo leerán, como mucho así por encima, así como con condescendencia; así es como se miran ahí afuera, así es como miran todos los de ahí afuera. Te escribo para encontrarte en las palabras, ya que no te encuentro en los rostros de esas chicas tristes que al parecer también están asustadas, ya que no te encuentro en los ojos de esas chicas alegres que juegan con la tristeza cuando llega la madrugada. Te escribo porque no te encuentro. Porque ya pasó el tiempo de encontrarse. Qué hemos hecho en todo este tiempo. Qué seguiremos haciendo. Ahora que ya no es posible fingir un roce accidental de nuestras manos, que apenas sabían sujetar nada, que apenas sabían sujetarse entre ellas pero que necesitaban sujetarse, y tantos inviernos, tantos inviernos en mis dedos con tus dedos. Qué seguiremos haciendo, con el tiempo. Ahora que ya sólo podemos encontrarnos en sueños, y que te acerques hablando de que ya no queda mucho tiempo, y risas sin explicación, y silencios a punto de romperse, romperse por fin, pero entonces el despertador. Qué seguiremos haciendo. Ahora que ya no somos críos, y nos llaman jóvenes los viejos que no son viejos, y un día nos llamarán viejos los muertos. Ahora que, desde hace tanto ya en realidad, tú tienes una vida, y yo tengo otra, y no sé bien qué son, ni la tuya, ni la mía. Ahora que escribo esto que parece algo que no es. Ahora que. Qué. Qué nos hará el tiempo. 



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