6.05.2011

Only it.

Como portazos de fondo. Como cubiertos cayendo. Como el tren que nunca he cogido, marchando.

Ya no tengo palabras que decir. Todas se quedan aquí, entre mis dedos, en el techo de estas cuatro paredes; todas se quedan en mi pecho, desgastado y empolvado. Ya no digo palabras ni cuento nada. Ellos a lo mejor aún no lo saben, pero no sirve de nada, nunca sirvió de nada.

Esto no es literatura, no son frases buscando la belleza ni la perfección, porque la belleza está en todo aquello que nunca podrás describir, y la perfección es el instante que dura un parpadeo, y nada más. Esto no es poesía, ni metáforas intentando encontrar la mejor combinación. Todo esto, no es nada más que la aguja del reloj llena de ruina, como todas las agujas; no es nada más que una ventana con la persiana medio echada, siendo golpeada por la lluvia de un cielo del que jamás hubo que esperar nada; no es nada más que una parada de autobús desierta a las cuatro de la madrugada; nada más que una ciudad que nunca tuvo corazón, sólo suciedad y rapidez, sólo decadencia, nada más que decadencia, nada más que decadencia.

Ya no cuento nada, sólo en la soledad de una luz penumbrosa, de un suelo helado, tan sólo en la soledad desolada en la que no hay nadie.

Nunca fue literatura ni poesía. Nunca fue dramatismo pomposo y engreído. Nunca fue nada de lo que todos creyeron, de lo que todos aún creerían. Únicamente eran diminutas treguas, en las que la sangre sigue brotando y necesitas un torniquete, únicamente eran saltos desde el ático, carreras enfurecidas de escasos metros, tres lágrimas como cuchillas rajando las pocas esperanzas que quedaban.

Tal vez no sea creíble, pero jamás trató de ser juegos de palabras, pasatiempo levemente doloroso, afición por obligación. Jamás fue masturbación descreída, ni pasión desesperanzada.
Nunca fue tan obvio, ni tan esperado.

Y ya no cuento nada, aunque quizá sí tengas cosas que decir. Quizá sí. Pero ya apenas cuento nada. Todo se queda aquí, y en las agujas llenas de ruina, en los ojos de esa desconocida a punto de llorar esperando algo que se perezca a la salvación, en los ojos de esa desconocida que nunca conocerás y a la que nunca podrás salvar. Todo se queda aquí, en el techo que ya tanto conozco, y en las escaleras en las que me cansé de esperar, en todo eso que, como Ian, jamás podré describir, en ese instante que dura un parpadeo.
Nada más. Nada más. Nunca fue nada más. Quizá portazos de fondo que siguen sin dejar nada atrás, cubiertos contra el suelo, ese tren que pasa y que dejas marchar, otra vez, que se marcha y nada más. Nada más.




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